La más bella niña de nuestro lugar, hoy viuda y sola y ayer por casar, viendo que sus ojos a la guerra van, a su madre dice, que escucha su mal: dejadme llorar orillas del mar. Pues me distes, madre, en tan tierna edad, tan corto el placer, tan largo el pesar, y me cautivastes de quien hoy se va y lleva las llaves de mi libertad: dejadme llorar orillas del mar. En llorar conviertan mis ojos, de hoy más, el sabroso oficio del dulce mirar, pues que no se pueden mejor ocupar, yéndose a la guerra quien era mi paz, dejadme llorar orillas del mar. No me pongáis freno ni queráis culpar; que lo uno es justo, lo otro por demás. Si me queréis bien no me hagáis mal; harto peor fuera morir y callar: dejadme llorar orillas del mar. Dulce madre mía ¿quién no llorará aunque tenga el pecho como un pedernal, y no dará voces viendo marchitar los más verdes años de mi mocedad? Dejadme llorar orillas del mar. Váyanse las noches pues ido se han los ojos que hacían los míos velar; váyanse y no vean tanta soledad, después que en mi lecho sobra la mitad: dejadme llorar orillas del mar. |
martes, diciembre 27, 2005
El jovén Góngora
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