¿Alguien puede definir el amor? Los poetas romanticos lo intentaron y Gustavo Adolfo Bécquer en sus inolvidables rimas también. Como en esta rima :
Los invisibles átomos del aire
en derrador palpitan y se inflaman;
el cielo se deshace en rayos de oro;
la tierra se estremece alborozada;
oigo flotando en olas de armonía
rumor de besos y batir de alas;
mis párpados se cierran... ¿ Qué sucede?
-¡ Es el amor que pasa !
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viernes, diciembre 30, 2005
jueves, diciembre 29, 2005
El Camino y las Gentes
Gente noble, gente mala, todo tipo de gente nos encontramos en nuestro camino de la vida. Como se encontraba Antonio Machado y nos contaba con singular maestría: "He andado muchos caminos..."
He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,
y pedantones al paño
que miran, callan y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.
Mala gente que camina
y va apestando a tierra...
y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan adónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y un día como tantos,
descansan bajo la tierra.
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miércoles, diciembre 28, 2005
Belleza pasajera
El gusto por la vida y por la belleza propios del Renacimiento se refleja en un tema recurrente en los poetas de la época: la exhortación a una joven para que ame, antes de que el tiempo marchite su belleza. Así lo hace Garcilaso de la Vega en este inspirado soneto.
En tanto que de rosa y azucena
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martes, diciembre 27, 2005
El jovén Góngora
La más bella niña de nuestro lugar, hoy viuda y sola y ayer por casar, viendo que sus ojos a la guerra van, a su madre dice, que escucha su mal: dejadme llorar orillas del mar. Pues me distes, madre, en tan tierna edad, tan corto el placer, tan largo el pesar, y me cautivastes de quien hoy se va y lleva las llaves de mi libertad: dejadme llorar orillas del mar. En llorar conviertan mis ojos, de hoy más, el sabroso oficio del dulce mirar, pues que no se pueden mejor ocupar, yéndose a la guerra quien era mi paz, dejadme llorar orillas del mar. No me pongáis freno ni queráis culpar; que lo uno es justo, lo otro por demás. Si me queréis bien no me hagáis mal; harto peor fuera morir y callar: dejadme llorar orillas del mar. Dulce madre mía ¿quién no llorará aunque tenga el pecho como un pedernal, y no dará voces viendo marchitar los más verdes años de mi mocedad? Dejadme llorar orillas del mar. Váyanse las noches pues ido se han los ojos que hacían los míos velar; váyanse y no vean tanta soledad, después que en mi lecho sobra la mitad: dejadme llorar orillas del mar. |
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